“8. pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
9. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.”
Santiago 3:8-9
Estos versículos bíblicos que leemos hoy, nos dicen claramente que “ningún hombre puede domar la lengua”, y esto no lo podemos refutar pues es común que muchas veces hablamos sin pensar en lo que estamos diciendo, y cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde; frente a estas situaciones nosotros mismos decimos que “nuestra lengua nos traicionó”, como si la lengua pensara por si misma, como que no fuimos nosotros los que hablamos. Es común el oír decir que “la lengua es más rápida que el pensamiento”, y aunque suene jocoso es una lamentable realidad. Frente a esto, la Biblia nos dice que David, aún siendo muy joven tenía una característica que lo hacía diferente a los demás: “era prudente en sus palabras” (1 Samuel 16:18); años después él escribe en el Salmo 17:3 “he resuelto que mi boca no hable transgresión”, y también en el Salmo 19:4 “sean gratos los dichos de mi boca”, y en el Salmo 71:8 escribe: “sea llena mi boca de tu alabanza”.
El ejemplo de David es un excelente referente a seguir, pues si bien es cierto que nuestra lengua habla demasiado rápido y es difícil de domar, David nos enseña que si nos proponemos en nuestro corazón agradar a Dios, y serle fiel, entonces es posible ser prudente en nuestro hablar, y en el Salmo 34:13 nos escribe: “Guarda tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño”, y eso es una determinación que sí debemos tomar, y que nuestra oración sea como nos indica David en el Salmo 141:3 “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios”, y Dios oirá a nuestro corazón, y Él nos dirá: “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Salmo 81:10).
Pr. Herman Gajardo P.
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