“36. Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas.
37. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos.
38. Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja.
39. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!”
1 Reyes 18:36-39
En los versículos leídos hoy, encontramos al profeta Elías haciendo un desafío a los sacerdotes del Dios Baal, que Jezabel, la esposa del rey Acab, había introducido en la nación. El desafío consistía en que ambos edificaran un altar y ofrecieran un holocausto, y el Dios que enviara fuego del cielo y encendiera su holocausto, ese sería el Dios que el pueblo debía adorar. Los sacerdotes de Baal lo intentaron pero nada ocurrió.
Cuando le toca el turno a Elías, este hace una corta y concisa oración y ante el estupor de todos los presentes, Dios envía fuego desde el cielo, que consumió el holocausto ofrecido por Elías e incluso lamió el agua que el profeta había solicitado echar sobre el altar y en una zanja alrededor. Ante lo cual todo el pueblo gritó “Jehová es el Dios. Jehová es el Dios..!!”. Posterior a esto, Elías manda a apresar a todos los sacerdotes de Baal y los elimina, restaurando la adoración al único Dios de Israel.
Muchas veces nos encontramos en situaciones que para lo cual debemos tomar determinaciones de peso, radicales, en integridad, y fieles a nuestro Dios, que tan vilipendiado ha estado su nombre y su Palabra escrita, tanto que ser cristiano o evangélico en este tiempo, es considerado retrógrado, torpe, no inteligente, y para algunos hasta absurdo, y se mofan, pero el mismo Dios de Elías, de Moisés, de Pedro, hoy sigue vigente entre nosotros haciendo proezas y respondiendo nuestras oraciones. Dios sigue siendo Dios, y digno de toda adoración.
Pr. Herman Gajardo P.
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