“13. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie;
14. sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
15. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
16. Amados hermanos míos, no erréis.”
Santiago 1:13-16
En Wikipedia.org encontramos la siguiente definición relacionada con la palabra concupiscencia:
”Según el Diccionario de la lengua española (de la Real Academia Española) la concupiscencia es, "en la moral católica, deseo de los bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos". En su sentido más general y etimológico, concupiscencia es el deseo que el alma siente por lo que le produce satisfacción, "deseo desmedido" no en el sentido del bien moral, sino en el de lo que produce satisfacción carnal; en el uso propio de la teología moral cristiana, la concupiscencia es un apetito bajo contrario a la razón. Aquí apetito quiere decir inclinación interna, y la referencia a la razón tiene que ver con la oposición entre lo sexual y lo racional, no con el uso común de la palabra razón. El objeto del apetito sensual, concupiscente, es la gratificación de los sentidos, mientras que el del apetito racional es el bien de la naturaleza humana, y consiste en la subordinación de la razón a Dios.”
En los versículos que leemos hoy, describe a la concupiscencia como algo inherente a nuestra naturaleza humana, como algo que mora dentro de nosotros, y que nos lleva a ser tentado, y por ende, abre puertas para caer en pecado, y cuyo fin es nuestra muerte eterna. Por lo cual, las palabras de Jesús siguen vigentes cuando declaró: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23), refiriéndose a que debemos reconocer que para seguirle a Él, tenemos que dejar nuestra vana manera de vivir y enfocarnos en Él y en su gran sacrificio en la cruz para redimirnos de la maldición del pecado y salvarnos para darnos vida eterna.
Pr. Herman Gajardo P.
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