“2. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
3. y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
4. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.”
Hechos 2:2-4
El día esperado llegó, lo prometido por Dios está a punto de suceder, el ambiente en ese aposento alto era de oración, clamor, perseverancia, credibilidad, esperanza, Dios enviaría su Espíritu Santo y nadie allí sabía cómo sería, solo sabían que vendría, y había que esperar, hacía diez días que Jesús se había ido al cielo, y sus discípulos seguían esperando eran mas de quinientos al principio, hoy solo habían ciento veinte, y “de repente” todo cambió, al principio fue un susurro en el aire, pero el ruido comenzó a incrementarse notablemente, y fue como un estruendo, un trueno, y un recio y fuerte viento inundó el aposento donde se encontraban, nadie tuvo miedo, era una gloriosa experiencia digna de ser vivida en carne propia, y la casa se llenó de ese mover de ese viento, pero no era un viento cualquiera, nada de eso, era el Espíritu Santo, arrollador, imparable.
El versículo 3, del párrafo bíblico que leemos hoy, dice: “y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”, cada uno de los allí presentes comenzaron a hablar en diferentes idiomas, y hablaban con fuerza, con denuedo, con autoridad, eran idiomas, lenguas, “como de fuego”, no era fuego, ni llamas de fuego en sus cabezas como algunos se imaginan, era la fuerza y el poder del Espíritu Santo haciéndolos hablar en otros idiomas, y que ellos no entendían, pero que con ímpetu hablaban. Era el inicio de lo sobrenatural haciéndose notar.
Pr. Herman Gajardo P.
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