“14. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.
15. No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra.
16. Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas.
17. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!
18. Si los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy contigo.”
Salmo 139:14-18
Siempre hemos dicho que Dios es digno de toda alabanza, más aún, que Dios es digno de suprema adoración, y no porque alguien lo dijo, sino porque de verdad Él es merecedor de toda adoración. Hay quienes usan erróneamente el término “adorar” y lo utilizan en su lenguaje como sinónimo de “amar”, pero adorar tiene otro significado y otra connotación que solo debe aplicarse a Dios. Él mismo declaró que “al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás”.
En los versículos que hemos leído, el salmista está extasiado alabando y dando razones para adorar al Señor, específicamente por habernos diseñado y creado. El versículo 16 dice: “Mi embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas”. Tremendo. Maravilloso. Único. Magnífico. Todopoderoso. Hemos conocido a nuestro Creador.
El salmista escribe también en el versículo 18: “Despierto, y aún estoy contigo”, dando a entender que Dios siempre está atento a nuestra vida, a nuestras acciones, y Él vela nuestro dormir, y al despertar Él sigue con nosotros. Por eso y mucho más es necesario encomendar nuestra vida, nuestros sentimientos, nuestras emociones, solo a Dios, pues Él y solo Él permanecerá con nosotros para siempre, aún más allá de la muerte. Bendito sea nuestro gran Dios.
Pr. Herman Gajardo P.
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